sábado, 14 de julio de 2012

La Decadencia de la Educación y el Fin de la Democracia

De cómo el exceso de libertad da lugar a la anarquía y de cómo, a través de la decadencia de la educación, se abre paso la tiranía.
“La causa de la tiranía es el exceso de libertad”. Así lo afirmó Platón en su obra La República.


La causa de la tiranía es el exceso de libertad
Ya en el momento histórico en el que lo enuncia Platón, esta afirmación constituía un tópico corriente, al que el filósofo ateniense da forma con una teoría de los síntomas de la anarquía. De la anarquía del Estado, en íntima dependencia de la anarquía del espíritu.
En primer lugar, los síntomas de la anarquía se manifiestan en la educación. Y es a partir de la decadencia de la educación, de donde avanza el proceso que lleva a la tiranía.
La decadencia de la educación y de la ciudadanía
Con la decadencia de la educación, se extiende la “ideología” de la igualdad, que da lugar, según Platón, a “los fenómenos más antinaturales”. Los padres se adaptan al nivel infantil y cobran miedo de sus hijos; los hijos tratan de comportarse como adultos y piensan como ancianos. No sienten respeto por sus mayores ni conocen el pudor, pues ambas cosas van en contra de lo que se les ha enseñado sobre en qué consiste “la verdadera libertad”.
Los extranjeros toman, en la ciudad, la misma posición que los verdaderos ciudadanos. Y los ciudadanos viven en su Estado, desinteresados por él, como si fuesen extranjeros. Los profesores toman también miedo de sus discípulos, y tratan de adularlos más que de educarlos; y los alumnos tratan a sus maestros sin respeto alguno.
Ente los jóvenes se ha extendido un espíritu de “experiencia y sabiduría” propio de la vejez, y entre los viejos se ha puesto de moda “el espíritu juvenil”. Y nada se rehúye tanto como la apariencia “antidemocrática” de dureza y rigor. Tampoco se aceptan ya las distinciones entre señores y esclavos, ni entre hombre y mujeres.
La democracia se transforma en tiranía
Finalmente, Platón observa, con cierta ironía, que en ningún lugar se mueven con tanta libertad, los perros, los asnos y los caballos, como en un estado democrático.
En Platón, la ley natural impone la necesidad de cambio de un extremo en su contrario. Así ocurre con el tiempo atmosférico, con la vegetación y con el mundo animal. No hay razón, pues, para que no suceda lo mismo en el mundo político.
Así como las flemas y la bilis trastornan la salud física, los elementos ociosos, los que sólo derrochan dinero sin producir nada, son los focos de infección de la sociedad política.
Se trata de zánganos, que un “sabio colmenero” eliminaría de modo inmediato, por el bien de toda la colmena. Estos zánganos son los demagogos que actúan en la tribuna política, mientras la masa zumba a su alrededor y reprime cualquier opinión contraria a la de ellos.
La demagogia abre paso a la tiranía
La miel de la colmena es la fortuna de los ricos; y es de ella de la que quieren alimentarse los zánganos. La población, políticamente inactiva en general, que
vive del trabajo de sus manos, no tiene grandes propiedades. Pero es la que decide en las asambleas y los demagogos le prometen entregarle un poco de miel, a cambio de despojar de su fortuna a los ricos. Aunque, una vez confiscada, la mayor parte de esta fortuna va a parar a los zánganos.
De este modo, los ricos se lanzan en tropel a la política, para defender su fortuna con las únicas armas posibles en este tipo de Estado. Los demagogos presentan esta “invasión” como el inicio de una guerra entre ricos y pobres. Y convencen a la masa de que esto ha ocurrido porque los ricos se resisten a aportar al Estado los que les corresponde conforme a su riqueza.
Entonces, la masa escoge a un caudillo entre los demagogos y le confiere todos los poderes. Así nace la tiranía.

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